AMOR IMPAR
Noelia Barchuk ©
¡Qué ingrato! Pensó o dijo.
Por las dudas llevó las
manos a la boca tapándosela. Poco faltaba para que aflojase el llanto que venía
acumulando prolijamente desde que sus sospechas fueron tomando forma.
Ahí estaba, muy
divertido con Marita tomándose unos mates. Marita, de ahora en adelante,
llámese “la nueva”.
Ella no importa. Lo
importante era él. Recordó cuántas veces a media tarde le tendía un amargo y él
nunca aceptó. Con la excusa de la acidez gástrica tomaba un tecito.
¡Qué desgraciado! Volvía a pensar o a
exclamar. Recordó cuánto había hecho por él. Desde sabotear los currículum
vitae recibidos (para que el suyo apareciera como la mejor opción), pasando por
interceder ante el jefe a su favor, hasta capacitarlo estricta pero
amigablemente en lo concerniente a las funciones que desarrollaría dentro de la
empresa.
Eso laboralmente
hablando, ya que fuera de ese ámbito, también expuso su buena predisposición en
ayudarlo. Al comienzo, no tenía ese buen estado físico de ahora, año y medio
después.
Su figura de entonces
se reducía a un flacucho estudiante que se presentaba de jeans, zapatos baratos
y alternando en la semana, sus dos únicas camisas presentables, ambas de color
celeste, ¡parecía colectivero!
Sonrió, se acordó que
su madre entallaba sus camisas… y lo invitaban a almorzar de cuando en cuando
para que saliese de la dieta escuálida de la pensión. Por algo en ese tiempo
ninguna nueva se le arrimaba. No como ahora que estaba convirtiéndose en un
perfecto dandy.
¡Ah! ¿Registrará su
memoria que buena parte de todo eso me lo debe a mi? Se preguntaba, se
contestaba simultáneamente. Tal vez lo sepa, aunque nunca dé las gracias y
siga evadiéndome, apartándome de su mundo. Empezaba a rodar por su mente,
como un film, escenas de la vida real: cuando le recomendó qué lugares
frecuentar para cenar, qué vino solicitar, y sobre todo, algo que le estrujaba
el alma, qué flores elegir según la destinataria de tremendo obsequio. Moría
por estar en ese puesto.
En ese momento, pasó la
nueva por su lado. Para rematar, le hizo la antipática observación que le
hallaba unos kilitos de más. El silencio fue la digna respuesta, aunque por
dentro estallara la guerra atómica de celos; le hubiera encantado contestar
improperios de la naturaleza “qué opinás cara de caballo” o “mejor callate,
trasero fofo”. Absolutamente fuera de lugar, pero más fuera de moda; en las
oficinas los insultos son actualmente de otro calibre.
Volvió a dirigir sus
verdes ojos al objeto de su deseo y desvelo.
Intentó intercambiar
algunas frases sobre el tiempo, sobre cuándo cobrarían el sueldo, pavadas, no
iba a preguntarle qué pensaba sobre el Protocolo de Kioto o por el derrumbe de
los mercados bursátiles; pero fuera cualquier cosa que le dijese, sólo la
nueva, la nueva y sus bonitas piernas, la nueva y su blusa de gracioso escote,
la nueva esto, la nueva aquello, la nueva ¡ufa!
Todo era la nueva lo
que su boca repetía. Boca que en cuántas oportunidades soñó que besaba la suya.
En ese momento no pudo
tolerar más. Lo dejó hablando solo. Se dirigió a su escritorio. Tomó su saco y
las llaves. Ni siquiera apagó la PC ,
faltaba una hora para la salida, pero qué importaba.
Le pesaba de
sobremanera aceptar y afrontar que Alejandro nunca se fijaría en él.
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